
- Agla, hay que creer en los milagros, porque existen. Pequeños o grandes, son reales - dijo. Lo escuché y senti que mi pequeña historia no estaba perdida del todo, que habia recuperado su lustre y su belleza. Y mientras Miguel y yo seguíamos riendo por las peripecias de la computadora malhadada, sentí esa sensación de redescubrir la pequeña magia de los recuerdos, en esa esperanza irracional de la pura fe.
Ayer Miguel abandonó el presente para siempre. Voló al mundo de las Luciernagas, los sueños, el tiempo remoto, la juventud perfecta. Morir no es concepto sencillo: es duro, crudo, inapelable, inquietante. Pero aun así, aunque aun no asimile bien que sucedió y que me lleve esfuerzo pensar que Miguel ahora solo existirá en la memoria de quienes lo quisimos, pienso que en lugar de mi mente habitará junto a esa noche interminable donde descubrí la maravilla de los pequeños prodigios y que él me lo recordó.
Tweet |
No hay comentarios:
Publicar un comentario